EL PODER DE LOS ÁRBOLES

Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único.

Artículo 626. El otro día conocí a un apasionado de los árboles que rondaba los 85 años. Conocía mil anécdotas sobre ese mundo que amaba con pasión.

Me explicó por ejemplo que hace muchísimos años, los hoteles tenían delante uno, dos o tres cipreses para indicar si aquel establecimiento ofrecía desayuno, media pensión o pensión completa.

Es por ello que los cipreses siempre han sido considerados un bello símbolo de bienvenida hasta que más tarde también lo fueron de despedida cuando se utilizaron para decorar los cementerios. Pero sobre todo me quedo con lo que me explicó sobre la creación de unas herramientas para el campo… Casi os lo cuento después de lo mejor de mi semana:

3er puesto. “El Reino” escrita por Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen. Me encanta la forma trepidante con la que están rodados los trayectos de Antonio de la Torre y como logra que sientas la trama en tu propio cuerpo.


2º lugar. “Me crece la barba” de Gloria Fuertes. (Reservoir Books) La gran dama siempre conseguía en pocos versos resumir sentimientos muy potentes que te conmocionaban el alma.


1ª posición. “El pequeño fugitivo” escrita y dirigida por Rash Ashley, Morris Engel y Ruth Orkin (Filmin) Un descubrimiento que me alegró el año y me dejó totalmente anonadado. Una bella y trepidante historia que se adelantó a la Nouvelle Vague.


Y lo que me explicó aquel hombre sabio sobre las herramientas me pareció fascinante. Me contó que hace muchos años en los pueblos cuando nacía un niño se plantaba un árbol y cuando el chico cumplía 18 años se cortaba y con su madera se fabricaban las mejores herramientas para que pudiera trabajar en el campo. De alguna manera, el árbol le cedía al adolescente su propio cuerpo para que este pudiera trabajar la tierra para ganarse la vida.

No tengo ningún tipo de duda que esa tarde aprendí mucho de un mundo que ya no existe pero que algunos privilegiados todavía portan en su mente. ¡Feliz miércoles!

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