TORNILLOS ABRAZADOS

Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único. Ama tu caos. Ama tu diferencia. Ama lo que te hace único.

Artículo 550. Difícil escribir algo que resuma lo que siento. Difícil saber como asimilar todo lo que hemos vivido en estos días. Difícil hacer el resumen de las tres cosas mejores de esta semana porque esta semana solo tiene un único pensamiento. Difícil amar más a Barcelona y sus habitantes por su generosidad y su capacidad de dar. Difícil explicar lo que siento cuando veo que tanta gente transformó dolor en donación.

Mi vecino sabio al que aprecio mucho me contó aquel día por la mañana algo que es lo único que me apetece relataros. No tiene que ver con nada en particular sino una historia que me regaló y que me parece tan bella que pienso que es lo que debo susurrar… Bueno, casi os lo relato después de lo mejor de mi semana:

1ª posición. Dedico el número 1 a un poema de Wislawa Szymborska que amo y que siempre me da paz y moviliza mi esófago. Dice así: “Nada sucede dos veces ni va a suceder, por eso sin experiencia nacemos, sin rutina moriremos. No es lo mismo ningún día, no hay dos noches parecidas, igual mirada en los ojos, dos besos que se repitan”.

Y lo que me contó mi vecino aquella mañana del día 17 fue que siempre llevaba consigo dos tornillos. Los sacó de su bolsillo, era brillantes, de titanio. Los depositó en mi mano. Eran bellos, diría que supuraban vida. Le pregunté para que eran. Me dijo que eran todo lo que le quedaba de su mujer. La perdió hace seis años, la incineraron y él se quedó esos dos tornillos que un día le pusieron en su cadera. Eran parte de ella y ahora forman parte de él. “A alguna gente le falta un tornillo, a mi me sobran dos” me dijo sonriendo antes de que las puertas del ascensor se cerraran.

La última imagen de él fue ver como cerraba ese puño y abrazaba entre sus dedos esos dos tornillos. Yo poseo ahora tres en mi cadera y ya he decidido como los repartiré para sentir esos abrazos el día que no esté. ¡Feliz lunes sin miedo a vivir!

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